La importancia de practicar el DISENSO en la vida política

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¿Por qué no se entienden Chiitas y Sunitas si ambos tienen como origen la devoción por Mahoma y la lectura obligada del Corán?

¿Por qué no se entienden los que están partiendo el antiguo Sudán que lo están dividiendo en norte y sur?

¿Por qué no se entienden Turcos y Kurdos si han compartido el mismo territorio por más de 2.000 años?

¿Por qué se enfrentan hoy los catalanes con España si llevan cuatro siglos juntos?

¿Y la lucha de ese pueblo de origen enigmático como el vasco que anhela su independencia?

Ni sigamos, hay muchos ejemplos que mantienen en vilo a ésta sociedad del siglo XXI. Y todo a costa de la vida de millones de seres convertidos en carne de cañón.

Solo hay una respuesta, porque no practican el respeto por el disenso.

Comencemos por definir que es DISENSO. Según la Real Academia de la Lengua: Disentimiento, conformidad de las partes en disolver o dejar sin efecto en contrato u obligación entre ellas existente. Ahora, el disenso político viene de la palabra latina «disensus», que es la contradicción o disconformidad entre dos personas o grupos que personifican tesis diferentes. Disentir es no estar de acuerdo con lo que el otro piensa, lo cual no me autoriza para agredirlo o para faltarle al respeto. Manuel Murillo Toro, el más insigne de los Liberales colombianos de todos los tiempos, afirmaba: «con tal de que no se descienda a los insultos, abro ancho campo a la discusión«, porque, con demasiada frecuencia, el que discute cree que tiene que sacar el garrote para aplastar al otro, eso no es discusión, es una agresión.

Quien disiente debe entrar a la discusión preparado para escuchar con respeto las tesis del otro, no pude entrar a imponer sino a buscar consensos, porque el otro también tiene sus puntos de vista que pueden ser válidos, por eso, la tolerancia, el respeto, el no agredir al otro, son los límites estrictos del disenso. Nada se gana con comenzar la discusión metiéndole al que me controvierte una insultada o hacerlo objeto de una agresión, porque eso no es civilizado, eso es bajar al pantano y hacer imposible el intercambio de ideas.

En Colombia, después de 60 años de guerra, muertos, asesinatos, extorsiones, secuestros, torturas, destrucción de la infraestructura, el gobierno y la guerrilla de las FARC se sentaron a discutir, a expresar su disentimiento el uno del otro y llegaron a un acuerdo que desarmó a esa guerrilla, la más vieja del mundo, porque cada uno entendió que no había podido avasallar al contrario y que «era probable» que el contrincante pudiera tener «algo de razón», hubo que ceder de parte y parte y, respetando el disenso, se llegó a un acuerdo en La Habana.

El disenso implica pensar con inteligencia porque no es un asunto exclusivo de la razón, en esto juegan un papel importantísimo las pasiones que hay que menguar, porque en el grito, la algarabía, el ruido, no se pueden escuchar las razones.

Saramago decía que el derecho a la crítica, que es un derecho fundamental, había faltado en la declaración de los derechos humanos. Todo el que participa en la vida política tiene que saber que ningún derecho es absoluto, todos tienen límite, no son un cheque en blanco para hacer lo que me de la gana pasando por encima de mis semejantes.

La tolerancia es el soporte básico del disenso. La UNESCO, afirma: la tolerancia es la armonía en la diferencia, el rechazo al dogmatismo y al absolutismo, supone cambiar la cultura de la guerra por la cultura de la paz. Por eso los movimientos mesiánicos son intolerantes porque el líder cree que su palabra es como la de Dios, inmodificable, no discutible y debe implantarse como sea, porque se la impone a unas personas que han hecho del fanatismo su modo de vivir y de actuar en sociedad y rechazan la tolerancia, en el principio d quien no está conmigo está contra mi. Lo estamos viendo en nuestro país. Como decía Voltaire: la intolerancia se opone a todo cuanto de racional hay en el hombre y nos acerca a las fieras.

La historia no puede escribirse sin contar con el papel que han tenido en todas las latitudes los que disienten. los heterodoxos, los que controvierten al poderoso, quienes, por su actitud, generalmente han pagado con su vida dicha postura política. En general, disentir es muy peligroso y tiene que dejar de serlo para poder vivir en libertad.

No pocas veces el disenso es el origen de nuevos liderazgos políticos, siempre y cuando, quien disiente plantee nuevos paradigmas, nuevas ideas, no es el no porque no, el no porque yo lo digo, es aquella gente que tiene un sueño, sabe que quiere y para donde va, sin atropellar al otro, planteando razonadas tesis alternativas y no el dilema amigo-enemigo que es lo que nos lleva al enfrentamiento armado.

El disenso enriquece el debate, abre paso a nuevos consensos, crea nuevos argumentos, abre las mentes y enseña que nadie es dueño de la verdad absoluta.

Saber disentir es una necesidad en la vida política. El disenso es el contrapeso del poder y quien controvierte tiene que tener claro cuáles son sus límites en el tiempo y en el espacio.

Quien entra a una discusión debe estar sometido a que si el otro tiene la razón y lo convence con sus argumentos, debe aceptarlos, porque es lo mínimo que debe regir en un encuentro de tesis opuestas entre contendores razonables. No puede llegarse a la discusión con propósitos ocultos. Hay que analizar muy bien los argumentos del contrario, los intereses que lo mueven, pero, sobre todo, respetarlo.

Quien disiente tiene que entender que debe procurar un nuevo consenso, todo hecho sobre tesis concretas y no sobre generalidades abstractas, entendiendo que la crítica mientras más reposada se presente, más respetuosa, argumentada y desapasionada, es más constructiva, de mejor recibo por la contraparte, de mucha mejor acogida.

El disenso pasa por tres etapas: normalidad, emergencia y crisis. con unos grados que comienzan en la contradicción, siguen con la controversia, el conflicto, la conflictividad y el escándalo. En su trámite suele apelarse más a las emociones que a los hechos, recurriendo a la sensibilidad popular y a la justicia social. En la comunicación recurren al plano concreto, al bienestar físico, por ejemplo, y al plano simbólico como pueden ser la paz, la certidumbre, la confianza o la comprensión.

Disenso y democracia van de la mano porque los regímenes autoritarios no toleran la contradicción, no permiten la libertad de prensa, abominan la libre discusión y la libre expresión y persiguen con saña a los que difieren del pensamiento único. El escenario natural del disentimiento es el debate.

Disiente  no el que lanza una teoría sino el que lo controvierte, no el que tiene el poder sino el que lo enfrenta, el que pretende derrumbar algo secularmente aceptado, manifestando y exponiendo una tesis novedosa, respetando, sin argucias, las ideas ajenas.

Quien disiente no puede ser visto como un enemigo por el solo hecho de pensar diferente porque lo que hace es someter a la democracia a un examen riguroso de evaluación, que ésta no puede eludir.

Nadie puede reivindicar su derecho al disenso para conculcar los derechos de los demás.

Por Rodrigo Llano Isaza ([email protected]), Veedor Nacional del Partido Liberal Colombiano. Bogotá D.C., noviembre 13/2017.

Por: Rodrigo Llano Isaza | Veedor Partido Liberal Colombiano

Rodrigo Llano Isaza

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