COLOMBIA CON UNA DEMOCRACIA ENIGMÁTICA

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Cuando se considera el extremo grado de violencia que viene padeciendo el país en las últimas décadas, es indudable que lleguemos a la conclusión que nos encontramos ante un fenómeno social inexplicable.

Colombia ha llegado en efecto ser la nación más violenta, donde se combinan factores de violencia guerrillera, paramilitar, narcotráfico, y la guerra sucia, sin dejar de lado la violencia urbana la que se incrementa a diario que toca con la vida cotidiana del ciudadano corriente.

De seguir así, el país se verá arrastrado a una confrontación generalizada, con costos catastróficos, en términos de vidas humanas y de bienes materiales, y sin duda, esos movimientos insurgentes no saldrán triunfantes en este largo conflicto, pero ocasionarán el debilitamiento de las instituciones democráticas, un retroceso en lo económico, social, político, con un agravante, esos movimientos ya no solo combaten contra el sistema, sino que lo hacen contra la sociedad indefensa, población que solo anhela que los dejen vivir en paz.

Lo que está en juego es la concepción misma del estado, y le corresponde a sus voceros actuar con suma ponderación y equilibrio institucional, con una clara política de inversión social, de recuperación del campo, de credibilidad frente a la población campesina, muchos de ellos colaboradores coaccionados por la insurgencia, zonas abandonadas a su propia suerte, donde el estado solo aparece en épocas de crisis.

Ahora bien, entendemos que el gobernante no es elegido para negociar sobre el cumplimiento de las leyes, ni para rendirse ante el motín, ni para obedecer órdenes lanzadas desde la barricada, sino para trazarle un rumbo a esta débil democracia, para hacerse respetar y obedecer, no por vanidad ni prepotencia, sino porque representa a una nación, siendo elegido para ello.

Más gobernanza, que no es más que dirigir los asuntos de la sociedad con responsabilidad y transparencia, dejando de lado el dogmatismo, rescatando que quienes habitamos esta nación queremos la paz y no la victoria de unos de esos bandos que hoy se debaten, que conduciría irrebatiblemente a gobiernos totalitarios.

Esperemos que de tanta sangre derramada, de tanto sacrificio inútil, entienda el ejecutivo central la clara voluntad de gobernar para toda una nación, y no para un sector afín a la causa gobernante.

ADENDA UNO. A propósito de la noticia del posible nombramiento de una funcionaria del actual gobierno como ministra de relaciones exteriores, persona que le tocará dirigir la política exterior en esta época de tanta convulsión internacional, me permito referir la siguiente anécdota, para que sirva de ejemplo al actual gobierno, posición de estado ocupada en el pasado por ilustres colombianos, entre ellos, Indalecio Liévano Aguirre, Diego Uribe Vargas, Germán Zea Hernández, Fernando Londoño Londoño, Julio Londoño Paredes, ciudadanos de la mayor respetabilidad social, y política, con amplias experiencias en el campo público.

Siendo presidente de la República el general Pedro Alcántara Herrán, le ofreció a don julio Arboleda la secretaría de Negocios extranjeros, hoy ministerio de Relaciones Exteriores. Contaba Arboleda pocos años, había alcanzado numerosos triunfos, con la espada, con la lira, con la palabra y esa ambición que en su caso sería justa, de sentarse al gabinete de tan importante ministerio, no lo cegó y con tanta virtud como patriotismo contestó así a la solicitud presidencial: “ entre no servir a la patria y servirla mal, opto por lo primero, si es verdad que mis estudios en Inglaterra pueden calificarme de diplomático, hay una calidad de que carezco, la edad, y no pudiendo reemplazar tal carencia, me expongo a que la nación sufra los errores de mi inexperiencia.”

Eran otros tiempos, como otros gobernantes.

ADENDA DOS. Inaceptable como provocadora la manifestación de un opaco dirigente sindical al expresar en un encuentro zonal para ventilar la reforma laboral en curso, que si la misma no es aprobada por el Congreso, invitaría “a un nuevo estallido socia». Frase y conducta que bien puede estar lindando con las normas del código penal.

ADENDA TRES. Sería apátrida el país que se niegue a recibir a sus propios connacionales, craso error con graves consecuencias internacionales como institucionales.
No jugar con candela.

Por: J.Ferney Paz Q – Exmagistrado

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