Envigado no es ajeno a historias de espantos o de hechos supra-anormales; algunos fueron intensamente activos en la década de los sesentas y de varios tuvimos noticias de primera mano en razón del ejercicio mismo de nuestra profesión de periodista.
Armando Cardona Cataño – 12 marzo 2022
Algunos de ellos y acudiendo al refranero, nos hicieron poner los “pelos de punta”, como el espanto que aparecía al frente del Cementerio en la vieja carretera que comunica a Envigado con Sabaneta, a la altura del barrio El Dorado y en lo que antiguamente se llamaba: Finca La Toro.
El ex presidente del Tribunal Superior de Antioquia, en la década de los setenta, Doctor Luis Arcila Ramírez, hermano del entonces Párroco de Sabaneta, Padre Ramón Arcila, contaba que él y sus amigos ponían fin a sus tertulias en el parque de Envigado antes de las diez de la noche, porque a partir de esa hora, aparecía un hombre alto que era objeto de repetidas veneraciones por parte de unos seres que le rendían reiterado culto. En las noches de plenilunio el fenómeno era más visible, y las alas de su sombrero gigante se abanicaban de la misma manera como lo haría una dama en las playas del mar.
Los contertulios de entonces que utilizaban esa vía para llegar a sus casas, bien en lo que por entonces era el Corregimiento de Sabaneta o quienes residían en los nacientes barrios del Sur de Envigado, tenían que salir antes de la hora mencionada cuando el espanto se erigía al frente del cementerio.
Cierta ocasión, unos contertulios cansados de soportar su viaje hacia sus casas a tan temprana hora y cuando las cosas estaban mejor alrededor de una botella de guaro, resolvieron hacerle frente al venerado espanto y con machetes, rulas, puñaletas, cuchillos y algún revolver, en grupo se fueron iracundos a desafiar al enigma. Como la noche estaba iluminada por una luna llena situada en la mitad del firmamento, vieron como el gigante los esperaba con desafiantes movimientos.
Los intrépidos no se amilanaron y fortalecidos por la ingesta de varias copas, ser acercaron con inclaudicable arrojo. Y efectivamente, veían cómo unos seres vivos se movían a su alrededor en actitud venerante.
Estos se acercaron decididos a correr cualquier consecuencia y grande fue su sorpresa cuando los seres que rendían pleitesía eran las vacas de la finca que pastaban a esa ahora, y que el espanto era un gigantesco yarumo gris que con la acción intensa de los vientos, hacía que sus ramas se movieran insinuando un llamado a quienes desde diferentes sitios cercanos al lugar, miraban expectantes el fenómeno.
A partir de ese momento, al espanto se le perdió respeto y a los noctámbulos, el alma les volvió al cuerpo.