Es un recuento de lo que sucedió en Envigado hace muchísimos años, precisamente cuando aún no existía siquiera la luz eléctrica y esto no puede pasar ni siquiera al olvido…sin dejar esta crónica para que enriquezca la tradición y la misma historia, del grupo de los envigadeños pujantes y sobresalientes cuando se fundaron las hidroeléctricas y traen la energía a los pueblos en las noches oscuras. Este artículo histórico fue publicado en la 3 edición de Viguerías Culturales en el año 2012.
Luis Alberto Restrepo Mesa – Marzo 2022
Es un recuento de lo que sucedió en Envigado hace muchísimos años, precisamente cuando aún no existía siquiera la luz eléctrica y esto no puede pasar ni siquiera al olvido…sin dejar esta crónica para que enriquezca la tradición y la misma historia, del grupo de los envigadeños pujantes y sobresalientes cuando se fundaron las hidroeléctricas y traen la energía a los pueblos en las noches oscuras.
Ateniéndonos a las tradiciones de nuestros antepasados y a los menesteres domésticos, ya que esto se heredaba de generación en generación, de las familias que fabricaban las velas de sebo, que en aquellas épocas lejanas disimulaban las tinieblas y alejaban los espantos en los escasos tiempos que transcurrían entre la desaparición de la luz solar o el acontecer de la cama.
Eran muchas las gentes que tenían que utilizar las luz de las velas de sebo para sus estudios, muchos forman parte de la vida intelectual de lo que hoy es en el argot popular, y hoy en el concierto nacional figura Envigado, como una de las ciudades de más arraigo popular en la parte intelectual porque se quemaron las pestañas con la luz de las velas de sebo, único recurso, y gracias al ingenio de muchas familias que al menos tenían una pequeña industria de velas de sebo para alumbrar sus hogares y hacer el famoso jabón de tierra.
Desde el antaño de los abuelos quienes madrugaban a hacer las velas para alumbrar en las noches a las familias Envigadeñas y también a los demás municipios colindantes y que cumplían con nosotros el mismo oficio cotidiano.
De acuerdo con su denominación, las velas se hacían de sebo, ya que no había otro material que lo reemplazara, no se conocía la parafina, el segundo material era el pabilo o mecha, que viene de papiros que significa papel. Compraban varias arrobas de riñonada, es decir la parte de la grasa del novillo, sacrificado para el mercado de carnes y el pabilo o mecha de algodón de cierto grosor que venía en ovillos o bolas de regular tamaño.
Para hacer las velas se necesitaban varios utensilios que eran varios galones grandes o tarros de lata una olla loceada grande, dos varas o largueros de 3 0 4 metros de largo, varias docenas de varillas de helecho de monte de 30 cms que se venía apoyar en los largueros.
La primera tarea consistía en recortar los pabilos en una longitud dos veces de larga de la vela, porque esos dos trocitos se retorcían y se tornaban y se llenaban cada una de dichas varillas. Esas varillas con sus doce pabilos iban a reposar en los largueros paralelos, en la misma forma que vemos los travesaños de una escalera común. Mientras eso se cumplía en la olla y se empezaba a introducir la mecha o pabilo que se cogía del helecho y se hacía lo mismo con las siguientes hasta untarlas todas, se hacían cuantas veces fuere necesario para que la vela adquiriera el grueso suficiente que exigía el público consumidor.
De la fabricación de las velas queda un residuo que viene a ser el chicharrón o sea la parte del sebo que no diluye en la manteca, ese se emplea en la fabricación del jabón de tierra con un elemento que es la solución de las sales alcalinas, esto a lo que me refiero es la que se obtiene de la filtración de agua a través de las cenizas de la leña.
Se cocina el chicharrón a fuego lento, la cocción va tomando un color marrón hasta oscurecerse y dar un punto para su uso que viene a ser el famoso jabón de tierra, se envuelve en capachos y se vende al público.
Esta industria era de doble uso la primera eran las famosas velas de sebo y luego el famoso jabón de tierra de importante uso en los tiempos viejos de Envigado.
En el libro tragicomedia de padre Elías y Martina la Velera, obra del famoso escritor Fernando González, nos dice el escritor que la vio por primera vez a los pocos días de su regreso de España, siendo ella una jovencita convirtió el motivo conductos de sus mundos en su casa, la misma donde funcionó la Fábrica de velas, de allí el nombre de Martina la Velera, y dice lo recibió en compañía de su familia, su padre el velero Idelfonso, Luis Alfonso Restrepo que hace unos años murió, más le sobrevivió su esposa, de quien se dice en la obra (la tragicomedia) que es pálida y flaca sobremanera, con nosotros fue gentil y muy conversadora.
Nunca me imaginé decía Martina que don Fernando, que aquí en su casa hablaba de mis hermanas y conmigo, mientras se entretenía viendo hacer las velas, era una mujer sencilla obrera de una pequeña fábrica de velas y tan solo convencida de su papel inspiradora del importante libro de Fernando González, la Tragicomedia del Padre Elías y Martina la Velera.